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jueves, 24 de diciembre de 2009

Miranda (y su cliché de los hombres-plantas)

Es verano otra vez. Samantha volvió al barrio. Las obligaciones que nos impedían reunirnos a nuestro café de viernes se terminaron. Es diciembre, volvemos a reunirnos, esta vez en un nuevo bar, un poco más pequeño y universitario. La gente del bar ya nos reconoce y el mozo luego de dos viernes aprendió que Samantha come las medialunas rellenas sólo con queso y Charlotte sólo con jamón, que Carrie es la más indecisa de las cuatro y que probablemente la próxima vez en lugar de propina le dejemos un anotador para evitar confusiones (que por cierto, terminan siempre jugando a nuestro favor: alguna medialuna de mas, etc.).

El viernes pasado no pudimos reunirnos y ya pensaba con entusiasmo en este próximo viernes, pero por cuestiones navideñas me parece que no podremos reunirnos tampoco esta semana. Sam me dijo: lo pasamos para el lunes… Pero creo falta mucho para el lunes, y entonces volví a entrar al blog. Qué lindas aquellas tardes… pensé. ¿Qué fue de nuestras vidas de ahí en adelante?

Sam hizo una especie de recuento en un post de septiembre, pero lo cierto es que poco sabíamos unas de otras por entonces. Ahora hemos vuelto a las andanzas cafeínicas y podría contar muchas cosas. Pero se me ocurre en este momento una historia como la más interesante, teniendo en cuenta lo mucho que se hizo desear en meses pasados.

Sabíamos que Miranda andaba con McCactus, que parecía simpático pero que la cosa parecía ir a ninguna parte. En simples palabras y resumiendo … era una relación de puro sexo. Y convengamos que el sexo no tiene nada de malo, pero es mucho más interesante combinarlo con salidas, conversaciones y esas cosas. Con el tiempo la cosa se alargaba y era siempre igual… nada… como un globo pinchado.

Resulta que un buen día, ArquiMan, mi actual pareja, cumplió años e invito a muchos amigos, entre ellos Miranda, Sam, y un compañero de la facultad que a simple vista era el clon de uno de sus mejores amigos. Vamos a llamarlo Árbolito. No por la banda, ni por el conocido indígena de las pampas. Simplemente, Árbolito.

Árbolito había venido a una reunión en lo de Miranda el año anterior y nos había caído a todos muy bien, buena onda, conversador, interesante y físicamente idéntico al amigo de ArquiMan. En aquel momento apenas si se nos cruzó por la cabeza que Miranda y Árbolito podrían interesarse, pero ahora, en el cumpleaños de Arquiman, y luego de verlos conversar apasionadamente sobre literatura y filosofía largo rato, esquivando notablemente las interrupciones de los demás, pensamos que sería interesante y hasta divertido que nuestros amigos salieran. Arquiman y yo lo pensamos por separado y no nos lo dijimos hasta el día siguiente, que riéndonos y entusiasmadísimos como si fuera un juego pensamos diversos planes para reunirlos. Qué metidos, podrían pensar, pero lo cierto es que no hicimos nada: no mucho tiempo después los hilos comenzaron a tejerse solitos. (Por cierto, creo que Miranda debe estar enterándose de nuestros planes macabros ahora!)

Arbolito y Miranda comenzaron a mandarse mensajes y luego empezaron a verse, en plena época de exámenes. Ninguno hablaba demasiado al respecto. "La pasamos bien", "Si, buena onda", y Arquiman y yo andábamos como dos mosquitos hinchabolas rondando por separado a nuestros amigos. Lo poco que lográbamos saber de él era que la posibilidad de una negativa de Miranda lo ponía nerviosísimo.

“Es asi como cursi” me dijo ella un día, como si no pudiera esperarse tal cosa de un filosófo frío, crítico, delirante y un poco cerrado. Y lo cierto es que eso la asustaba. Besos apasionados, unas flores, cenas galantes en su depto... Miranda no se sentía en su salsa, pero estaba firme en cada invitación suya.

Enseguida empezamos a salir de a cuatro. Ellos hablaban de su tema favorito: arquitectura, y nosotras de literatura. Cada tanto mezclábamos temas de conversación y armábamos discusiones acaloradas en mesas ubicadas justamente arriba del horno del restaurante, caminamos por media capital para encontrar algún bar y terminábamos siempre en los semipisos improvisados y calurosos. Ellos andaban como dos tortolitos, y Arquiman y yo soñando con nuestro próximo viaje al norte.

Una tarde me manda un mensaje para vernos y contarme de la primera noche con él. Nos sentamos en un banco de plaza, con la tranquilidad de que nadie nos escuchaba, y en pocos minutos fuimos asediadas por niños que corrían a nuestro alrededor. Aún así, como en un contraste terrible, me dijo: “Es una bestia!” Al parecer el filósofo cursi se había revelado un sex symbol con los Rolling Stones a todo volumen a las 3 de la mañana y había logrado que Miranda dijera “por favor, basta” al amanecer. Pero ella concluyó: “Fue el mejor sexo de mi vida”.

La noche siguiente, sábado, una amiga suya la invitó a su casa a la noche. Allí estaba McCactus y Miranda se hizo la distraída todo lo que pudo. En un momento quedaron casualmente solos en la terraza, y McCactus se apoyó en la baranda al lado de ella para charlar. Levantó su brazo y puso la mano en el hombro de Miranda. Ella ni se movió, se quedó con la mirada sorprendida, fija en un punto, medio tentada y pensando qué podría llegar a pasar después. Se imaginó contando que en un mismo fin de semana se había acostado con dos flacos diferentes. No tenía compromisos con ninguno, pero la situación de todas formas era bizarra. Pero lerdo como siempre, McCactus al rato separó su brazo y se alejó. No recuerdo bien si antes o después de ese día le mandó mensajes como que andaban en algo, pero lo cierto es que Miranda no arregló más con él para verse. Creo que los mensajes de Árbolito la fueron convenciendo más.

De ahí en adelante no han dejado de verse. Ni aún con dos horas de viaje para hacerlo se frenan.
Y aún así Miranda anda como asustada. “El otro día me llamó al celular, no escuché bien porque estaba en una combi, en la autopista, con unos bocinazos terribles, pero creo que me dijo ‘te quiero, besos’. ¿¡No es muy pronto para eso?!” Me reí, le dije que no. Pero pienso que no me cree.

¿Es que acaso hay un tiempo para encariñarse con alguien? ¿No será quizás un poco el miedo a lo que pueda pasar? ¿a engancharse?

¿Ustedes qué opinan? ¿Cuál es el momento para engancharse? ¿Cuándo se abre la puerta al cariño y cuándo se anda con cautela? ¿O es quizás una cuestión de personalidades?
Yo creo que el miedo siempre anda por ahí metiendo la cola, pero ya veremos qué piensa Miranda…





(Dicho sea de paso, felices fiestas a todos!)

jueves, 9 de abril de 2009

Un fin de semana extraño (parte 2)

Esa noche en el bar le planteé a mis amigas mi confusión. ¿Qué hago? ¿Es realmente mi amigo o es algo más? Se me cruzaban imágenes de mi muy reciente “ex” pero también momentos en los cuales la amistad con Arquiman parecía no ser tanto una amistad. Sam y Miranda, amigas suyas desde la adolescencia, prometieron no darme mayor información de él que la que le daban a él de mi pero en cierto modo me alentaron. “Si realmente te interesa, animate”. Más tarde, esa misma noche, lo invite a acompañarme a un evento cultural en Capital. Ni lo dudó.

A la tarde siguiente Arquiman me esperaba a la hora y en el lugar en que habíamos quedado. Todo el viaje hasta el lugar fuimos charlando como buenos amigos, sin insinuaciones pero con confianza. Al llegar al obelisco comprobé que había equivocado la hora del evento y el lugar aparecía completamente normal y cotidiano... ¡El evento ya había pasado! Le juré que no lo había inventado, pero lo cierto es que a mí me interesaba más esa salida a solas con él. Ya que estábamos ahí, decidimos ir a “El gato negro”. Con unos ricos cafés y un tostado de por medio hablamos como nunca de miles de cosas. De nuestras carreras, de las amistades, de anécdotas, de proyectos. En determinado momento hablamos de unos textos que él había escrito y me había dado a leer. Había uno en particular en que la indirecta se hacía demasiado directa y yo no dudé en admitirle que reconocía ese detalle.

Lo decía y las manos me temblaban. Mis sentimientos hacia él en aquel momento eran confusos. Lo quería y mucho, lo suficiente como para no querer perderlo ni lastimarlo pero al mismo tiempo sentía que tal vez estuviera confundiéndome si le daba a entender algo.

- Estoy confundida -le decía.- Me importás, la paso bien con vos.- Y no podía decir más nada. Ahí fue él quien me sorprendió. Me miraba fijo (desde hacía rato) y de pronto me dijo:

- Estoy enamorado de vos desde la primera vez que te ví.

Yo temblaba de arriba a abajo. Tenía las manos enfrente de mi cara, como a mitad de un movimiento y ahí se quedaron. No podía moverlas y me temblaban. No podía mirarlo a los ojos, miraba el lado interior de la vitrina llena de latas de cafés, tés y especias. Miraba las chinches que clavaban la tela de la vitrina. Pero por dentro me sentía más feliz que nunca. Una felicidad extraña, sentía que iba a explotar, que no entendía nada. Intenté explicar razones, intenté explicar miedos, barreras, indecisiones. Él me miraba sonriente y asustado a la vez. Me agarró una de las manos que seguían en el aire entre nuestras caras y me dijo que no había nada en que pensar tanto. Sonreí.

Después de conversar un rato más sobre otras cosas, pagamos la cuenta y caminamos por Corrientes hacia el obelisco. Cada tanto él me abrazaba contento, pero luego me soltaba, indeciso. Parecíamos dos chicos de 15 años.

Al llegar al obelisco nos sentamos y hablamos sin sentido. Nos miramos en silencio un segundo. Era obvio que lo que ambos queríamos era otra cosa. Y entonces sin dudarlo, nos besamos.


Y así es como completo el post anterior acerca de la amistad y el amor. Aún no somos pareja, ni llevamos mucho tiempo juntos, pero ¿quién sabe? Muchos amores empezaron de una sencilla y creciente amistad.

miércoles, 1 de abril de 2009

Un fin de semana extraño (parte 1)

En post anteriores Sam habló de mi relación con el Sr.M. y luego de su inesperada aparición que concluyó en un último encuentro el viernes pasado. Ya hacía un tiempo había yo descartado la posbilidad de volver a verlo, pero ahora que la posibilidad era real tenía miedo. Miedo de no poder superarlo, de encontrarlo y arrepentirme, de que el encuentro me hiciera necia y quisiera volver todo atrás. Sin embargo, apenas si pensaba en el encuentro: había otro tema dándome vueltas en la cabeza.

El viernes me encontré con él en un bar a las tres de la tarde. Cuando lo vi entrar pensé que ese momento -volver a verlo después de tres meses- iba a ser difícil, pero sin embargo apenas si me conmovió. En cambio, sus actitudes nerviosas, la forma en que se movía sí me preocupó. Empezó a explicar que estaba en un momento de su vida de mucha confusión, de mucha presión y apenas pasados cinco minutos se levantó para ir al baño y vi que lloraba. Recién entonces sentí un poco de pena y suavicé el tono frío y despreciativo con que lo trataba. Cuando volvió a la mesa me pidió de ir a otra parte así que fuimos caminando hasta una plaza.
En el camino fuimos charlando de otras cosas para romper un poco el hielo. Al llegar a la plaza, ya estabamos los dos mucho más distendidos y pudimos conversar mejor. La conversación no fue fácil: ambos teníamos mucho que decir, pero ninguno sabía por qué parte empezar. De a poco, fuimos diciendo todo lo que habíamos guardado durante un mes para decir. Él me contó su problema familiar y personal sobre su carrera, me contó de las presiones y la parálisis que todo eso le provocaba. Entonces le expliqué lo que yo pensaba de él y su situación, cuestiones que yo ya tenía masticadas de hace rato, sus virtudes y sus defectos, consejos y recomendaciones para ahora, para más adelante... Era terrible ver que me escuchaba como si fuera la única salvación, mirándome desde lo más hondo, con la mirada húmeda. Confesó que en este momento era yo la única persona que él escuchaba, que lo conocía de verdad. Luego me contó sus proyectos y me dijo que estaba decidido a superar este momento como fuera, pero que lo peor para él era tener q hacerlo solo y sabiendo que estaba así por su culpa.
A esta altura no pude contener mi conmoción: ese hombre al que había amado apenas conociéndolo, que me había cambiado la cabeza totalmente y que había logrado en mí cosas hermosas, al que había amado hasta hacía tan poco tiempo con locura, parecía deshacerse delante mío. Me confesaba que me amaba, que me iba a amar siempre, y yo apenas si lograba rescatar amor por él. Lo que más sentía por él en ese momento era pena.
Lo abracé con fuerza y él se aferró a mí como quien intenta no hundirse, lloraba silenciosamente en mi hombro. Pensé en que yo también había sufrido, un mes entero sumida en el silencio de su cobardía. Yo, que me habría jugado con tan sólo una pizca del amor que me estaba declarando ahora, me daba cuenta que no había manera de volver atrás. Y tuve pena de él, y tuve pena de mi, que lo había amado con demasiada esperanza, ahora ya muerta.
Entonces me quebré, le reproché que no hubiera aparecido por tanto tiempo, que no entedía por qué habíamos llegado a este punto si hubiera sido posible volver atrás, reconciliarnos. Pero era como tirar piedritas a un pozo muy profundo. Ni siquiera había eco en él, apenas si podía pedirme perdón, aclarando que no lo merecía. Era casi como gritarle a las paredes por algo irrecuperable. Entonces él me abrazó y cuando menos me dí cuenta me estaba besando muy suave, muy despacio, con miedo, pero al mismo tiempo aprovechando cada último movimiento. Tardé un poco en reaccionar y lo besé en respuesta. Pero ya no sentía nada.
Abría los ojos en medio del beso y miraba hacia las calles q rodeaban la plaza. Rogaba que nadie nos viera, que especialmente una persona no me viera besándolo.

Hablamos toda la tarde, hubo muchos abrazos y muchos besos también, más de los que hubiera pensado, pero a esta altura lo único que quería era terminar bien con alguien a quien había querido tanto. Ambos terminamos agradecidos de habernos conocido, sabiendo que por una u otra razón esto había tenido que suceder ya que no fueron pocas las dificultades q se interpusieron durante la relación y aún así las habíamos sorteado para estar juntos.
Esta vez se trataba de él contra sí mismo y yo no podía hacer más que darle consejos de parte de una persona que lo quiere y conoce mucho, pero no podía ya acompañarlo. Éste es un crecimiento que le toca a él y que estoy segura logrará superar. Lo convencí que así sería.

Nos despedimos en la estación de tren. Le hice prometerme que sacaría de adentro suyo el miedo, la parálisis que le impide luchar por él mismo, todas las ideas que vienen atándolo a la nada misma y que no lo dejan crecer. Me sonrió entre lágrimas y me lo prometió. Sentí que me despedía de un niño grande al que amaba pero que tenía que dejar crecer. Me sentí bien de poder ayudarlo, de ofrecerle otro panorama distinto en el cual aprender a enfrentarse a los problemas. Nos despedimos con un beso y la confianza de saber que si algún día quería contarme algo, invitarme a alguna exposición de sus trabajos o simplemente verme para charlar, podía hacerlo. Siempre será para mí una persona importante y aunque ahora sea difícil ser amigos y quizás es mejor mantenernos alejados, en algún momento de nuestras vidas vamos a estar felices de haber vivido lo que vivimos, de habernos conocido.

Las despedidas me dan una nostalgia extraña. Más si es en una estación de tren, más si es al atardecer. Más todavía si sé que por fin se terminó algo que hace tres meses no hubiera creido que podría terminar así. No pude evitar llorar.
Iba escondiendome de la gente cuando escucho a Charlotte llamándome. La abracé y le conté que todo había terminado bien, que yo soy demasiado emotiva y estas cosas siempre me ponían mal. Por suerte, ella sonreía, me dio un abrazo y confirmamos que esa noche nos juntaríamos en el bar para contarles de esto.

(....)


La reunión fue en el bar de siempre pero tres horas más tarde de lo habitual. Miranda dijo riendo que era reunión de emergencia por mí, así que mas me valía empezar a hablar. Les contaba del encuentro cuando de pronto entraron al bar tres amigos nuestros, uno de ellos ArquiMan. Él es un amigo muy cercano de Miranda y Sam, que participa en muchas de nuestras salidas y que conoce nuestras intimidades casi tanto como nosotras. Incluso lo hemos llamado en broma "el amigo gay", aunque todas sepamos bien que no es así. Durante mucho tiempo para mí fue un amigo más, hasta que empezó a hacerse evidente que tenía cierto interés por mí. En enero, momentos antes de irse de vacaciones por un mes, confesó que en algún momento de su vida querría q yo fuera su novia. Recuerdo que lo tomé bastante a la ligera y pensé que se le pasaría, yo estaba totalmente dedicada a mi relación con el Sr. M. en aquel entonces. Cuando volvió fingí como que no había pasado nada, pero ya empezaba a verlo con otros ojos. Me fui yo, y a mi vuelta ya estaba peleada con Sr.M. pero no pensaba que por estar sola tenía que lanzarme a los brazos del primero que apareciera. Sin embargo, Arquiman estaba en todas mis salidas, cada vez con mayor presencia, acompañandome sin decirlo en este mal momento, conteniendome aunque sin esperanzas. Desde que había tomado la desición de cortar mi relación con Sr. M. noté que me importaba su presencia en las reuniones, que me gustaba verlo, que pasaba mucho tiempo con él sin aburrirme. Pero todavía tenía mucho miedo por mi encuentro con el Sr.M. y no quise acelerar las cosas. Me hice la tonta ante cada insinuación suya, en cada saludo y abrazo, pero me daba cuenta que algo cambiaba en mí.
Cuando lo vi entrar al bar el viernes a la noche internamente sentí alegría. Yo había dejado una frase por la mitad y las chicas esperaban que terminara de hablar, así que les dieron a entender que apenas terminaramos de charlar, nos juntábamos. Inmediatamente se fueron pero en mí algo era distinto: Toda la tarde había pensado en él, en que no me viera despidiéndome del Sr.M., que no pensara que volvía con él. Y ahora que lo veía no quería que se fuera, quería cambiar de tema de conversación, quería que se quedaran. Ya no me importaban los sucesos de la tarde, ahora hablaba dispersamente, y mirando cada cinco minutos la puerta, esperando que volvieran.

¿Qué me esta pasando? me preguntaba. Entonces sentí la necesidad de confesarme a mis amigas de café.

lunes, 9 de febrero de 2009

Cerrar un capítulo (bis)

¡Bravo Charlotte!
Cerrar un capítulo no es cosa fácil, lo sabemos. Pero más cuando aquella persona que debe irse al dar vuelta la página es alguien cuyo recuerdo quedó como una marca de hierro, como las pecas inesperadas de un mal sol. Apenas imperceptible y secreto, pero ahí quietecito día y noche, viéndonos y escuchándonos desde el recuerdo.
Ni esa persona ni una misma siguen siendo los mismos que aquellos dos que se cruzaron alguna vez, y sin embargo el recuerdo está intacto y una vuelve a sentirse aquella que fue.
Cerrar un capítulo no significa olvidar, ni perdonar.
Significa, muchas veces, una tregua, un descanso. Un cerrar las heridas abiertas y secadas y vueltas a abrir sin la menor intención de hacerlo. Cerrarlas para que no sangren más y queden más bien como anécdotas de la vida.
Y por lo que cuenta Sam, creo que la carta consistía en eso.

Una (aún por mucha gana que tenga) no puede dejar de querer a esa persona que en un pasado no tan remoto quiso con toda su alma y que se la rompió en pedacitos (o viceversa).
Aunque una quiera -porque una quiere- decir que fue el ser más estúpido (y sus múltiples derivados), el más cruel y perverso y quiera odiarlo por el resto de la vida, difícilmente podemos.
Y quizás lo recordamos por siempre con tristeza o con furia para contárselo a las nietas, o quizás le escribimos una carta y le decimos que gracias por existir y hasta la próxima vida en que seamos un pato y un mosquito.
O quizás, como tristemente hago yo, sepultamos su nombre en el silencio, no lo desenterramos ni para los mejores recuerdos, decidimos borrar las heridas más sutiles y funestas y dejamos las grandes, las trilladas, las que todos comprenderán.
Y luego de este ritual casi fúnebre, maldecimos su existencia en nuestra vida, no por odio, sino por no poder perdonar el que nos haya enamorado tan locamente para luego dejarnos en el baúl de los olvidados.
Tuve intentos por cerrar el capítulo, pero siempre me rendí antes frente a esa brujería envenenada.
Por eso, amiga, mereces más que mis felicitaciones. Animarte a cerrar un baúl de recuerdos sin rencores, seguro que te lo hace más fácil para cuando lo quieras abrir y contarle a tus nietas futuristas sobre tu primera vez. :)

domingo, 11 de enero de 2009

Una boca es una boca....

“Reunión urgente en el bar” decía su mensaje de texto y como no tenía objeciones al respecto, me vestí y salí. A las siete estaba frente a la puerta, esperando sin saber qué era lo que había pasado o estaba por ocurrir, pero tenía que estar ahí. Llegó Charlotte y conversamos acerca de las cosas comunes, trabajo, vacaciones, de qué más se podía hablar en un día caluroso de verano como ése, pero ambas silenciosamente intrigadas por el mensaje de Sam. El que fuera viernes –típico día de reunión- no le quitaba misterio. Había dicho URGENTE. Eran las 7 y media cuando apareció frente a la puerta, sofocada y acelerada, como si hubiera venido corriendo. Nos hizo señas para entrar mientras hablaba por celular con algún desconocido. Charlotte y yo nos miramos sorprendidas y a media risa, pero ella permanecía muy seria.
Apenas cortó la llamada preguntó:

- ¡¿Dónde está Miranda?!
- Dijo que no venía- le respondí tranquila- hoy tuvo un día larguísimo y acaba de llegar a su casa.
-No importa lo cansada que esté. Alguien que la llame y la obligue a venir, yo no tengo crédito. Y no puede no estar justo hoy que tengo que contarles algo importantísimo.

Ella suele usar esa frase y por eso no me alarmé demasiado con su orden. Además suponía que serían buenas noticias. Llamé a Miranda y, riéndome un poco de la exageración en el pedido de Sam, le transmití sus exactas palabras.

- Decíle que no joda. Estoy fusilada. Pienso meterme en la ducha, ponerme el piyama e irme a dormir. – me contestó casi suplicante.
- De acuerdo, yo le digo, pero no me hago cargo de las cosas que pueda decirte después –dije riendo.
- Okey- se rió- pero mientras tanto vos defendeme.

Cortamos y Samantha nos miró a Charlotte y a mí como esperando que le preguntáramos. Vino el mozo y nos miró, también, con la misma cara de que le preguntáramos. Así que pedimos tres gaseosas –menú de verano- y éste se fue sonriendo. Pero Sam seguía con esa expresión entre risa y ansiedad mientras se prendía el primer pucho de la tarde. Viendo que no íbamos a decir nada, estalló:

- ¡Me acaba de pasar algo importantísimo ¿y ustedes no me preguntan qué pasó?!
- Estábamos esperando que empieces, Sam – dijo Charlotte con su mirada suave pero ya incubando una sospecha.
- Bueno…- comenzó mientras se iba tiñiendo de rojo toda su cara – aún sigo siendo virgen, quédense tranquilas, pero voy dejando de serlo de a poco….
- Jaja, ¿cómo? – se me escapó entre risas.
- Bueno… vos sabés que hoy a la tarde estuve con Mr. Liberga *... -miró primero a una, luego a otra y finalmente el cenicero sobre la mesa.- Bueno, hice algo… pero no eso…- levantó una ceja mientras trataba de encontrar palabras- …ustedes saben, eso. Juro que después fui y me lavé los dientes…

Yo tuve que contenerme para no largar una carcajada y Charlotte sonreía en silencio y sin decir una palabra.

- ¿Y? ¿¿Qué piensan??
- ¿Te gustó? – preguntó inocentemente Charlotte.
- ¡Sí! ¡Me encantó! Nunca creí que pudiera gustarme…
- ¿Y a él? ¿Le gustó? – pregunte entusiasmada
- Y… acabó, así que supongo que sí… No en mi boca, aclaro.

Ambas reímos, pero ni Charlotte ni yo supimos preguntar algo más. No es que no me interesara, por supuesto, ni que no estuviera feliz por mi amiga. Al contrario, apenas terminó de relatar esto la felicité por su paulatino avance hacia la no-virginidad. Sin embargo, este tipo de conversaciones, aunque me parezcan sumamente interesantes y de un aprendizaje provechoso, nunca dejan de incomodarme. Es la cuestión del detalle, de la descripción del cuerpo y de la acción lo que me intimida. Como si el solo hecho de imaginar en mi cabeza el encuentro sexual de una amiga me hiciera pertenecer al mismo o incluso estar viéndolo.
Samantha se daba cuenta de mi dificultad para pronunciar palabra, así que preguntó ella.

- ¿Qué opinan? Él sigue insistiendo que es gay y después de eso ni siquiera se animaba a abrazarme..
- Que se yó- le respondo, dudosa pero pensando que esta pregunta ya la debo haber respondido unas 300 veces- quizás es como vos decís y no esté seguro. Además es chico para estar tan convencido de su homosexualidad…
- Sí, bueno, pero convengamos que una mano es una mano y una boca es una boca, sea el sexo que sea…

Un poco turbada por el detalle, respondí que sí y me quedé pensando. Sam estaba desesperada por una revelación o un comentario más alentador.
- ¡Necesito a Miranda! Por favor, alguna présteme su celular que le mando un mensaje.

Decir que el mensaje de texto era explícito es poco. Bastó con leer la respuesta de Miranda para saber que estaba impactada: En 15 minutos estoy ahí.
- ¿Bien? – dijo al desparramarse en la silla frente a mí- empezá a hablar. Vine únicamente por eso así que contá desde el principio y con lujo de detalles.

Samantha sonrió satisfecha y empezó a contar desde el momento en que él llegó a su casa. Charla, besos, caricias, risas, miedo, calentura, maldito celular sonando, enfriamiento, disculpas, calentura de nuevo –cada una de estas etapas iba tiñiendo de un rojo más intenso su cara- más caricias y ¡carrie dejá de llamarme!, el celular volando por la habitación y nada más que él contra la pared, excitado como nunca antes, y ella deseando besarlo, desabotonando el pantalón y besándolo sin que él se lo impidiera, por primera vez besándolo donde más deseaba. Miranda escuchaba entusiasmada, sonriendo luego de cada pitada. Charlotte apoyaba el mentón en las dos manos pero parecía esconder la cara cada tanto. Yo no me diferenciaba mucho de Charlotte. Mientras Sam gesticulaba con las manos cada uno de los movimientos que contaba y Miranda le decía que con esa forma de moverse se enteraba todo el bar, yo intentaba controlar mi imaginación. Me parecía genial escuchar esa situación por primera vez, pero al mismo tiempo me aterraba el hecho de acordarme de mis experiencias y empezar a desear. ¡Con lo lejano e imposible que me parecía en estos momentos estar con él! Pero logré borrarlo de mi mente por un momento y escuchar lo que ella contaba. Miranda preguntaba cosas como… “¿Había mucha luz? ¿Acabó mucho o poco? ¿Qué cara ponía?” y más preguntas que jamás se me hubieran ocurrido, pero que Sam respondía feliz y coloradísima.

- ¿Qué opinan? – volvió a preguntar Sam, ya sin tener que mencionar la “aparente” homosexualidad de su novio.
- Que una mano es una mano y una boca es una boca sea el sexo que sea – respondió Miranda con seguridad.
- ¡Que bueno! Vos tenés la misma teoría de la sexualidad que yo- se alegró Samantha.

Yo entré a preguntarme si no sería una frígida o limitada para el pensamiento sexual, y luego recordé que hasta hace un año no se me hubiera ocurrido ni mú en una conversación como ésta. Todavía dudaba de que ese comentario que ambas sostenían con firmeza fuera positivo para Sam, cuando Miranda ya había empezado a explicar por qué a ella le gustaba. Luego Sam explicó cuál sensación sadomasoquista la excitaba más. Incluso Charlotte se animó a contar cierta situación con su novio. Era obvio que después me iban a mirar a mí y yo me iba a poner bordó e iba a tratar de no acordarme o fingir no acordarme. Ya estaban las tres mirándome con sonrisas enormes y yo encontrando alguna palabra no tan explícita pero tampoco demasiado rebuscada para contar alguna pequeña cosita. Bueno sí, al principio no me gustaba pero la última vez sí..."Caramelos de menta es un buen tip", añadió Miranda. Y por suerte la cuestión de los caramelos se adueñó de la conversación.
Se hicieron las nueve de la noche, en un verano que atardece a la hora de la cena, así que decidimos irnos a descansar o a disfrutar de alguna película (o de algún buen recuerdo murmurado por teléfono). Charlotte y Miranda fueron hacia el lado del río, Sam y yo hacia el otro.
Ella aún estaba sorprendida por lo que le había pasado y yo menos intimidada para hablar de mí, así que ambas fuimos conversando y riendo, mucho más liberadas y sintiendonos parte de alguna película, mientras las calles cambiaban del naranja al azul y los faroles y los restaurantes se encendían.







*[Apodo otorgado por que luchamos para que libere su miembro]